Cuando tratamos el tema de la fundación y/o los orígenes del San Luis actual, nos estamos por lo general y vulgarmente refiriendo a la llegada de los conquistadores españoles y el levantamiento de la ciudad que es hoy capital de la provincia de San Luis.
En ese sentido parece estar ya fuera de toda duda que la ciudad actual procede de un trazado y otras acciones formales que hiciera el gobernador de Chile Tomás Marín de Poveda, que pasó por esta zona en 1691, y que debe ser considerado el verdadero fundador de nuestra ciudad, si entendemos por fundación echar los fundamentos o bases de algo. Así lo informa él al rey de España, cuando le dice que cuando vino halló “que la población de sus vecinos era muy deforme y desigual a la vida política y sociable porque siendo muy pocas las casas de su vecindad […] estaban repartidas en mucha distancia y ordené que se redujesen a la cercanía de la iglesia parroquial repartiéndoles solares para que en ellos pudieran fabricar sus casas y formar plaza y calles para los usos públicos de su conveniencia”.
Marín de Poveda fue acompañado por algunos vecinos, que formaban el cabildo de ese entonces, y procedió a trazar la ciudad, ubicando la plaza –que nosotros llamamos hoy Plaza Independencia-, y repartiendo lotes, chacras y estancias, condicionados a que se poblara el lugar. De esta forma logró concentrar población en un lugar, cosa que no logró ninguno de sus antecesores.
Este y otros documentos demuestran que no sólo trazó la ciudad, sino que veló por ella y verificó sus adelantos. Por todos estos motivos debe ser considerado el verdadero fundador de San Luis. En sus plazas, calles y lugares públicos, nuestra comunidad le debe las recordaciones, los honores y los reconocimientos. En mi libro “La verdadera fundación de San Luis” (2017), sostengo con abundante documentación confirmatoria que fue el gobernador de Chile Tomás Marín de Poveda el real fundador de nuestra ciudad, lo que se habría concretado en noviembre de 1691.
No sólo eso, se verifica que anteriormente nunca se dio forma urbana en esta tierra, que lo intentó el corregidor de la Guardia Berberana en 1643 pero sin éxito, por existir muy pocos pobladores por ese entonces, y que tampoco se radicaron en el lugar que él designó para ubicar la urbe. En este caso parece verificarse por un documento que ha llegado a nosotros en forma parcial que Berberana realizó algunos actos formales de establecer una ciudad pero no pudo poblarla.
El significado de la palabra “fundación” puede mover a cierta confusión. Para nosotros significa ahora, echar los cimientos de algo, en este caso de una forma urbana; para aquella época y en el imperio español, tenía un significado también muy preciso, de realizar ciertos actos formales, y de poblar.
En el caso del corregidor Luis Jufré, que gobernó el corregimiento de Cuyo entre 1594 y 1596, y que realizara una expedición a la Punta en la primavera de 1594, y luego afirmara haber fundado una ciudad, se verifica que no cumplimentó ninguno de los supuestos que señalamos para la concepción urbana de esos años, ni tampoco con lo que nosotros ahora consideramos una fundación. Es evidente que no realizó los actos formales, porque no se ha encontrado ninguna documentación que lo asevere -y no sólo el acta fundacional-, que se buscaron en todos los repositorios de América y España. Tampoco Jufré “pobló” esa ciudad, lo que desarrollo en la última parte del libro citado arriba, en la parte denominada “Los supuestos fundadores de San Luis”. Luego de ese estudio concluyo que ninguno de los españoles que arribaron con Luis Jufré se radicaron en San Luis o La Punta de los Venados. Hemos encontrado en estos años a 2 o 3 que nos faltaban, entre ellos su primo Juan, un sanjuanino, y hemos corroborado que tampoco se establecieron. Todo lo que certifica, que la expedición no se proponía fundar en La Punta una ciudad de españoles.
En este tema es necesario precisar lo siguiente. El carácter de “vecino” poblador, que permitía integrar el Cabildo, sólo estaba permitido para los vecinos encomenderos de la ciudad, que en su totalidad tenían residencia real en Santiago de Chile, o Mendoza, o San Juan. Otros españoles pobres, que moraban en San Luis, no podían ser considerados vecinos para los cánones de la época, por lo que hay que descreer de algún documento aislado que asevera lo contrario, como el del obispo Espinoza, que en 1601 afirmaba haberse reunido con el Cabildo de San Luis. Para existir Cabildo funcionando deberían estar morando en la Punta al menos 8 o 10 vecinos encomenderos, lo que se contradice con toda la documentación existente.
Por otro lado, y de acuerdo a criterios más modernos, para que Jufré “fundara”, tendría que haber trazado algún núcleo urbano y dejado una población, cosa que tampoco se verificó con la documentación ni sus acciones, pues, entre otras cosas, al poco tiempo de llegar en octubre de 1594, Jufré se volvió a Mendoza para despachar en noviembre de ese año otra expedición urgente al sur de la provincia de Cuyo.
El saqueo de los aborígenes
El tema más importante de la gestión de Luis Jufré es el saqueo de aborígenes de la región, que era inmoral e ilegal, de acuerdo a los cánones de aquella época –y de ahora por supuesto-, y que llevó a diversos conflictos con la jurisdicción vecina del Imperio, la gobernación de Córdoba del Tucumán. Todas sus acciones deben explicarse a partir de esta consideración principal; hizo la expedición a la Punta a buscar indios, mandó la expedición al Diamante a buscar indios, simuló fundar en San Luis para poder repartir indios, habilitó a gente que lo acompañaba con numerosas encomiendas de indios y para que se los llevaran a alquilarlos a Santiago; no trazó ciudad ni escribió los documentos fundacionales porque tenía gran apuro en extraer los aborígenes. Más grave que esto es que Jufré administrara en Santiago los indios de encomenderos mendocinos, que no cumpliera con las órdenes del gobernador Oñez de Loyola de fundar dos doctrinas (pueblos de indios) para que los aborígenes se radicaran en Cuyo; y gravísimo es que Jufré con otros miembros de la aristocracia chilena simulara la existencia de una ciudad en esta zona y con jurisdicción propia, dirigida desde Santiago para perfilarla como un cerrado coto de caza de donde extraer aborígenes, impidiéndoselo a españoles de otras jurisdicciones. Lo que significa que Jufré y sus amigos crearon esa ficción de una “ciudad de papel”, que significa una ciudad que sólo existía en los papeles. Ficción que se mantuvo durante dos o tres décadas y mientras se vaciaba de pobladores aborígenes casi todo el territorio.
Por supuesto que esta ficción no puede siquiera ser considerada como antecedente ni menos como origen de la ciudad de San Luis actual. La expedición de Jufré de 1594 no vino a poblar sino a despoblar el territorio, cuando tenía instrucciones totalmente contrarias; y después fue castigado por su felonía. ¿Qué comunidad podría enorgullecerse de tener como origen estos innobles y oscuros antecedentes?
Sin embargo, es cierto e innegable que el nombre y esa jurisdicción de papel, de alguna forma perduraron al presente –mi próximo libro tratará de brindar alguna explicación más certera de esos fenómenos-, y nos obligan ahora y hacia el futuro a replantearnos qué sería hacer justicia histórica de aquellos acontecimientos, nada menos que 428 años después de aquel fenomenal engaño.-