Pero me estaba acordando de Platón y su famosa obra La República que, en la primera parte, aborda temas trascendentales para la vida como la evolución tribal a la democracia, donde ya no se iguala el poder y la fuerza, por ende se abandona la tiranía. Resulta que el tirano habla mal de la injusticia porque tiene miedo de padecerla, hasta que no le afecta se queda agazapado, porque él mismo es quien la comete; la justicia es temible cuando hay que padecerla; nadie habla mal de la injusticia que uno propiamente comete.
Al justo le va mal, y no se mete -sin temores- a ser parte del arte de la justicia, quizá porque prefiere ser gobernado por los peores, que dan órdenes perdiendo de vista el bien común y sólo por el beneficio propio perjudicando al resto.
Hacer el bien a los amigos y perjudicar a los enemigos no es una receta justa para el objeto de la política puramente entendida; mi ley (no es un mero juego de palabras) es la mejor porque favorece mi conveniencia y no al resto del común; como si no fueran suficientes los honorarios que un profesional debe cobrar por sus servicios y atenta apropiarse del paciente , cliente o cualquier otro beneficiado.
Cualquier parecido con la realidad, reza la consabida frase popular, no parece ser pura coincidencia.