Me recuerda que toda decisión moral es absolutamente personal. Al punto que nadie nos puede aconsejar, orientar o empujar a tomar la decisión correcta. Y la mayoría de las veces, no podemos ni siquiera consultar a nadie, porque no podemos y sabemos, en la profunda soledad de la decisión, que depende sólo de nosotros.
Ésa es la razón por la que las cosas buenas tienen que venir de una decisión personal. No basta hacerlo en conjunto; tiene que existir en cada uno la decisión de hacer las cosas bien para que comunitariamente salgan bien y se garantice el bien.
De eso se trata la salud mental de una población para que sea capaz de construir una sociedad justa y responsable; terminar con la parálisis de siempre lo mismo, siempre la crisis, siempre la deuda, siempre la carestía de la vida, siempre de los mismos… Es una decisión personal y en libertad. Una mentalidad justa y solidaria, para el mayor bien del conjunto, nace del necesario cambio personal para el cambio social.
¿Entonces por qué la duda, el miedo, el temor, la parálisis de la acción si todo depende de no mirar atrás y tomar la decisión de atreverse de ahora en adelante a lo mejor posible, aunque parezca imposible? Como dijimos muchas veces, la mayoría de las cosas dependen de nosotros y no de los otros, aunque parezca lo contrario. Y también, si nosotros no lo hacemos, ninguno lo hará por nosotros.
Social y políticamente la incertidumbre y la desesperanza sobrevuelan el cielo argentino como buitres o pájaros de mal agüero prestos a abalanzarse sobre nosotros, como corderos al matadero.
Vemos que el odio descarnado, la violencia, la calumnia y la mentira reinan orondos desde los medios de comunicación, las redes sociales, la politiquería, los grupos de poder económicos y judiciales, y hasta del gobierno; entonces, ¿de qué nos sorprende que nuestros jóvenes –y no tan jóvenes, pero más responsables de ello- comiencen a elegir el camino del autoritarismo, del individualismo, de la frivolidad de estar cada uno en el placer, en el olvido virtual y real de la conveniencia, de la ignorancia, del desprecio a la educación y al conocimiento, de la indiferencia al otro y la violencia grupal?
¿De qué nos sorprende si los malos ejemplos de los políticos, de las generaciones maduras desesperanzadas, de los viejos que usan a los jóvenes para tenerlos cautivos con cargos, prebendas y dinero, cuando no con expectativas de un nivel de vida que en realidad se les niega, para usar sus mentes, sus cuerpos y energía en beneficio propio?
Nos rasgamos las vestiduras por el avance y protagonismo de los profetas del odio, de la xenofobia y del racismo; y vergonzosamente nos sorprendemos cuando en realidad no somos tan ingenuos ni tan inocentes de nuestra falta de responsabilidad social para exigir, luchar, combatir, y de no darnos por vencidos para construir solidariamente una sociedad distinta y decidir personal y comunitariamente que haya verdad y justicia.
Seguimos obtusamente encerrados en nuestras casas o en nuestro propio mundo de autodirigentes por creernos o por los que nos hacen creer que lo somos, cuando en realidad es la cobardía e irresponsabilidad de no sentirnos capaces de cambiar nuestras vidas personales para que se desplieguen comunitaria y solidariamente.
No es la primera vez que estamos en la presencia de ciegos que guían a otros ciegos. O de una sordera social. No es la primera vez tampoco que avizoramos una negra e incierta tormenta. Pero tampoco es la primera vez que la indiferencia, la no previsión, la falta de decisiones y nuestra inacción nos llevan al sufrimiento.
Ya históricamente la Humanidad y también nuestra argentina ha sido pisoteada por los filosos cuchillos largos. Los conocemos en sus diversas formas y discurso. Sabemos de su extremismo de muerte. Moldean masiva y progresivamente las mentes desde las necesidades, problemáticas y demandas no satisfechas de la población, acusadores que ocultan los crímenes del pasado haciendo olvidar la Historia, aprovechándose de la inmediatez que naturalmente busca la juventud. Dolorosamente a cambio de los verdaderos ideales de amor, solidaridad y justicia que son la vida y el fuego de una sociedad. Pero después, terminan poniéndole grilletes, inmovilizándola. Ya los conocemos. No sólo la hierba buena vuelve a crecer; también la mala.
En tanto predominen en nuestras mentes la abulia y somnolencia de esperar que lluevan gratuitamente decisiones y soluciones que en realidad dependen de nosotros, los Jinetes del Apocalipsis ya están en sus cabalgaduras.