Si solamente aprovechamos su tecnología, organización social, derechos y conquistas sociales, desconociendo de qué luchas, de qué esfuerzos, de dónde provienen… es inútil pretender una convivencia mejor. Sería como querer construir una casa desconociendo si el terreno es de arena, cascotes o piedra. Al tiempo, seguramente la vivienda se derrumbará o permanecerá firme. Ofreciendo o no, el abrigo y refugio necesarios.
“Cuentan que el filósofo griego Diógenes –el que vivía en un tonel- un día salió a las plazas de Atenas a pleno sol con una lámpara encendida, y preguntándole por qué hacía eso, él respondió: busco a un hombre honesto”
Parece que nadie escucha, que nadie ve. La tecnología y las comunicaciones produjeron cambios profundos en la organización social. Se ha reemplazado el amor por el dinero. El cuidado de las personas por la conveniencia personal, la comodidad y el interés. Pero también la injusta prioridad económica para vivir y trabajar que no da lugar a otras alternativas. La necesidad, la ambición y el egoísmo tienen cara de herejes, y muchos, pudiendo ser consecuentes y honestos, se venden por treinta monedas. Los medios de comunicación y las redes sociales nos han encerrado en la estéril soledad de un individualismo sin salida ni palabras de verdad. Han roto los lazos naturales de solidaridad fraterna, familiar, social. Hasta la conversación y el compartir olores, sudores, risas y lágrimas de persona a persona concreta por un otro anónimo y virtual no siempre sincero y desinteresado. Pero lo que es peor, han reemplazado valores que nos sustentaban fraternalmente por la prioridad de valores economicistas. El “tener” se ha vuelto más importante que el “ser”. ¡Cuántas veces lo hemos dicho!... de la boca para afuera. La apariencia es más importante que la autenticidad; el no reconocimiento de la ventaja de aceptarse y ser uno mismo, por la máscara absurda y artificial de lo que no somos, hechizados por la falsa ilusión de creer que podemos ser aceptados y amados si no somos tal cual somos. ¿La felicidad? Un espejismo que dura lo que el deseo, el enamoramiento, la pasión, el poder, la fama o el dinero. Después… la marginalidad física y espiritual de la desazón, del abandono, el vacío existencial, el límite de la supervivencia y la muerte en vida.
No sé si lo esencial es invisible a los ojos. Sólo sé que necesitamos de una vez por todas visibilizar la honestidad, la bondad, la solidaridad y valorar el ejemplo del padre, madre, hermano o abuelo que todos los días se levanta pese a las dificultades, enfermedades, desconcierto, límites o carencia económica para ir trabajar, llevar a los niños a la escuela, al hospital, a cuidar a otros… eso silencioso, perseverante, que no se ve ni se dice por la radio o los diarios tampoco hablan de ello, es la auténtica virtud, bondad, solidaridad, valoración de la vida y del otro ser humano. Es el verdadero amor, la base de la felicidad imperecedera. Es lo que necesitamos. Ver, escuchar, y que, bajo la lámpara a pleno sol, hay hombres honestos pese a la publicidad diaria del escándalo de que “todo es igual y nada es mejor” como dice el tango Cambalache; el músculo –el esfuerzo y trabajo silencioso que no descansa- no duerme. Frente a los que quieren destruir todo, la esperanza, como la hierba, siempre está; y vuelve a crecer. Pero también puede morir.
“Nadie hará por nosotros lo que nosotros no hagamos para sí mismos. Con la indiferencia, estaremos incubando el huevo de la serpiente”