Y hoy, especialmente hoy, nos reúne, nos debe reunir la memoria.
Es muy posible que las conciencias ligeras tomen el 24 de Marzo sólo como un feriado, como el inicio de un fin de semana largo; como un día más para para gastar la vida holgando, comprando, haciendo algo para llenar el tiempo o durmiendo un poco más o mirando la tele. Y es sabido que el consumo de televisión es una gimnasia ideal para adelgazar la inteligencia crítica. Basta con pasarse algunos minutos ante cualquier programa con formato televisivo para comprobarlo.
Es por eso que, haciéndonos cargo de su significación profunda, nosotros vamos un poco más allá de lo que sugería el viejo Miller; por eso preferimos conmemorar.
Porque si bien hay memoria individual, hay recuerdos en solitario, conmemorar es otra cosa. Conmemorar es memorar-con; vale decir, recordar, hacer memoria con otros.
Hacer memoria es, por definición, volvernos sobre el pasado, sobre nuestro pasado, sobre un pasado que memoramos en común. Y esa memoria puesta en común tiende a ser, casi necesariamente, más vívida, más intensa, porque nos reúne y nos proyecta. ¿Hacia dónde? Hacia el tiempo posterior, hacia el presente –nuestro presente–, en el que se delinea, indefectiblemente, el tiempo que viene. Porque es completamente irreal la idea de que puede haber un futuro sin memoria: todo el futuro se construye, se alza, se yergue sobre los tiempos que lo preceden.
Es posible que los beneficiarios de aquel golpe de Estado criminal de 1976, dirigido centralmente a la desnacionalización de la economía y a disciplinar a las fuerzas del trabajo en función de los intereses de los sectores que históricamente se han considerado “los dueños” de la argentina: la burguesía terrateniente, el capital financiero, el gran comercio y los sectores de la producción secundaria más concentrados; siempre con beneficios suculentos para las filiales de empresas principalmente norteamericanas y para los intereses estratégicos del país de sus matrices.
Para una buena parte de la sociedad argentina el 24 de Marzo es otra cosa: es recordar que hubo un golpe de Estado salvaje y ruin, que llenó de sangre, de dolor y de terror a nuestro pueblo y desangró a la Nación.
Se ha escrito y hablado mucho sobre el 24 de marzo como el inicio de la etapa de las mayores y más crueles violaciones a los derechos humanos: desde las violentas detenciones, las torturas de rigor –con el empleo de técnicas que eran todo un refinamiento de la crueldad y la degradación humanas–, los procesos penales absurdos y las condenas impartidas por tribunales federales absolutamente fuera de lo jurídico –debidamente inducidas y supervisadas por las autoridades militares– y sin derecho a la legítima defensa. Pero todo lo dicho es insuficiente.
Se ha escrito y hablado mucho sobre el 24 de marzo como el inicio de los años de la desaparición forzada de personas, secuestradas por la dictadura militar al servicio –como se dijo– de los más poderosos intereses económicos y en función de la estrategia norteamericana de “seguridad regional”, es decir, de seguridad de sus intereses económicos y de su estrategia militar para esta, nuestra región, que ellos consideran propia.
Y al capital concentrado le resultan muy útil poner en dudas que los desaparecidos fueran 30.000, porque con esto ponen en cuestión cualquier mirada crítica no ya sobre la dictadura sino sobre los intereses que la pergeñaron, que determinaron el golpe del 76, el cual, como ha sido paladinamente demostrado, se concibió claramente en función de dichos sectores. Sectores que no se esfumaron en el aire ni desaparecieron con el regreso a la democracia en 1983.
Por esto no resulta casual que un ex-presidente haya vuelto a hablar del “curro” de los derechos humanos y a levantar las tenebrosas banderas del negacionismo, una vez más para encubrir sus bochornosos negociados. A este señor – cuya familia y el sector de clase al que pertenece crecieron económicamente durante la dictadura– le interesa tender el velo de sospecha sobre los reclamos de justicia para quienes hicieron de la violación de los derechos humanos su recurso esencial. Es verdad que encuentra incautos que lo avalen: muchos desde el resentimiento y la ignorancia, pero ninguno tan objetivamente comprometidos con la esencia delictiva de todo el “proceso”.
Debemos recordar por siempre a quienes perdieron su vida en beneficio de los sectores más feroces del capital y en el marco de un plan absolutamente siniestro.
Y debemos hacerlo cada vez que percibimos las dificultades para salir adelante como país, como clase social, como familias, como personas. Porque la dictadura se fue y la violencia estatal, en general, también; pero sigue habiendo formas y propuestas de acción y hechos concretos que nos remiten a las fuentes políticas y económicas de aquella etapa de horror y destrucción. La agitación ultra-liberal, el cinismo de este tipo de personajes y otros peores; la persecución judicial de quienes defienden el interés nacional, los intentos de magnicidio, la subordinación del poder judicial al poder económico, todo ello se articula con la gran red de mentiras que instalan los grandes medios, la apología de la ligereza moral o intelectual y el culto a la idiotez. Todo esto explica, en gran parte, la anormalidad jurídico - política de tomar una deuda de 47.000.000.000 de dólares sin que nadie lo haya impedido y sin que nadie se haya atrevido a revisar el procedimiento. Y esto, es el huevo de la serpiente, y significar la persistencia más simbólica que operativa de la tortura, las desapariciones, la violencia de género, la mentira, el vaciamiento de conciencia de buena parte de la sociedad y la falta de expectativas para el futuro.
Todo esto explica la necesidad, acaso más imperiosa, de revivir, de conmemorar, de preguntarnos, de interpelarnos como sociedad, como pueblo, como ciudadanos.
Hace unos días, junto a un joven profesor y una querida compañera, cuyo padre y tío fueron también encarcelados por su militancia peronista y a un también joven profesor de literatura, fuimos invitados a dar una charla sobre derechos humanos en San Luis. Cuando estábamos cerrando, una jovencísima estudiante nos preguntó: “¿Qué sintieron cuando vieron a Néstor bajar los cuadros de los dictadores en el Colegio Militar?” Prácticamente no hubo mucha reflexión.
Y la respuesta surgió repentina y clara: “Que todos nosotros éramos Néstor”.
Sería bueno que, como solemos decir, ahora y siempre, todos seamos cada uno de los compañeros y cada una de las compañeras ultrajadas, desaparecidos, asesinados, deshumanizados. Y que la promesa de no olvidar, de cultivar la memoria, nos haga re-cordar todas las conexiones que hay entre aquellos oscuros tiempos de mentiras, violencia, a-juricidad y deshumanización. Porque el futuro –que lo hay– se nutre invariablemente de lo aprendido. Y tenemos el deber de seguir desplazando la desmemoria y continuar aprendiendo, que es como decir, tejiendo el lado luminoso de la vida.