Sábado, 27 Abril 2024

Nada que ver con Joseph Ménguele, es pura coincidencia. Conan, y sus posteriores versiones clonadas

Publicado el Jueves, 02 Noviembre 2023 19:05 Escrito por

Como es sabido, el anti candidato tiene cuatro hijos de cuatro patas, son perros mastines ingleses gigantes, de dos metros cada uno. Dieciséis patas, más las suyas, son dieciocho, quizás demasiadas patas para un departamento en una torre.



Lo perros son idénticos, se ven preciosos posando sobre un sillón blanco y aunque nacieron en una misma camada, no se trata de hermanos mellizos, ni gemelos, ellos son exactos de iguales, son el mismo perro multiplicado en clones.

Conan fue el primero, el original, el gran amor. Ese animal superior, esplendoroso y excepcional, querido como a un hijo, porque gracias a él, el anti candidato ha podido sobrellevar malos tiempos. Su perro y su hermana, fueron entonces la única compañía fiel, la única lealtad, la única contención. No sabemos bien a qué se refiere, cuál era la crisis, pero en ese momento, decepcionado de la humanidad, todo el resto del mundo le resultó traidor. Como él mismo explica, no le alcanzaba el dinero para mantener a ambos, por lo tanto decidió que se sub-alimentaría para priorizar la calidad de vida del perro hijo, y se sacrificó por él. Durante esos años difíciles, el anti candidato sólo comió pizzas económicas, para poder alimentar al animal. Subió mucho de peso, privó a su organismo de nutrientes básicos y de ningún modo logró mejorar su economía.

En 2017 Conan murió, quizás de viejo, pero de esa muerte no se habla, no se sabe casi nada, excepto que debió ser insoportable para él, al punto de lo inaceptable, ya que por diferentes vías ha intentado superarla, negándola.

Contrata a una médium que lo comunica con su adorado perro hijo muerto (o bien le comunica a través de esa figura), quien además le baja ciertas líneas de acción política a seguir.

Conan conducción. Total normalidad.

Por otra parte, el anti candidato, recurre a la clonación de su perro hijo muerto Conan (Clonan). No sé cuantos de ustedes han hecho algo así, si bien la selección genética y la clonación de ganado parecen ser algo normalizado, yo no conozco a nadie que haya clonado al perro… y mucho menos a un hijo.

Averiguo y en seguida encuentro, que el servicio de clonación de perros existe hace unos cinco años y que se ofrece entre 50 y 100 mil dólares en internet. Conan debe haber sido de los primeros. Ahora hay un montón de casos, todas las fotos con las mascotas igualitas como de adorno, con la misma mirada perdida de quien no tiene entidad propia. Producidos en serie.

Desalmadero. Morbo extremo. Pasado varias estaciones de los gatos embalsamados por aquella súper modelo. Supongo que hay clientes, dolientes, consumidores dispuestos a todo. No dejo de sorprenderme con estas cosas. Enseguida el buscador me lleva al caso de una mujer en España, que por medio de la subrogación de vientre logró engendrar una nieta de su hijo muerto, que es otro asunto, pero parece abarcar en parte la misma polémica. Bueno, parece que el futuro llegó hace rato y mucho no lo entiendo. ¿No era mejor la aceptación? ¿Honrar lo que fue único? ¿Dar lugar a lo nuevo?

Entonces pienso en el experimento, en los tormentos, en el dolor incontenible del hombre frente a su perro hijo muerto y en contraste su desprecio por los míos, los nuestros, que son 30 mil, con la imposibilidad de afrontarlos. !Ay! de sus cuerpos desaparecidos y de sus almas que no se van.

El laboratorio de Frankenstein se representa iluminado por el resplandor de la tormenta y las viejas ideas supremacistas se cumplen, sin implicancias éticas.

Me pregunto por la práctica concreta del procedimiento para la clonación:

¿Cómo se preserva el cuerpo? y luego ¿cómo se realiza la extracción del material genético? ¿Cómo se obtienen los permisos y tramitaciones para hacer llegar estas muestras al laboratorio en los Estados Unidos? ¿Cómo se conserva, se friza, se congela, se refrigera? ¿Cómo se traslada? ¿Cómo se reproduce, se fecunda, se hace un cultivo, se multiplican las células? ¿Cómo se crean estos clones? ¿Cual es la técnica? ¿Cómo se piensa algo así? ¿Cómo se encara? ¿Cómo se interpreta? ¿Qué significa? ¿Cómo se embarca alguien en una aventura como esta? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cual es el objetivo? ¿Cual es la ambición? Y por otra parte ¿este experimento cómo se financia? ¿Quién lo paga? ¿Cómo ha conseguido este hombre, dueño, amo, padre bípedo, ahora anti candidato a presidente, para pasar de la insolvencia y la dieta de las pizzas, a contar con los fondos necesarios para hacer cuatro clones de su perro hijo muerto?

Parece un acto de dolor y furia, de angustia desesperada, rayana a la locura.

Me recuerda al padre del niño arrollado por el camión, en el Cementerio de Animales, de Stephen King. La muerte, como hecho terrible e inaceptable, abre paso a lo monstruoso. Lo que ocurre es algo contrario a la naturaleza y es casi una provocación, una invocación al mal. Un engendro macabro, cuya muerte final será el único alivio. Claro que la obra fue escrita en el año 1983, mucho antes de la presentación pública en 1996 de la primera oveja clonada, Dolly.

La realidad nutre a la ficción y la pone a prueba.

Ahora, el mejor perro del mundo, el mejor amigo del hombre, su único y especial amigo, su amado hijo de cuatro patas, ese ser superior, iluminado y perfecto, ha vuelto a la vida y ahora, es otros cuatro perros: Murray, Milton, Robert y Lucas, son Conan. La muerte no existe. Conan está otra vez presente, ha vuelto a nacer, multiplicado y diferido en el tiempo.  

El anti candidato cree que ha vencido. Parece haber superado todas sus dificultades sociales y financieras del pasado. Ahora es un hombre bastante popular y solvente, capaz de alimentar a sus nuevas, réplicas mascotas, sin tener que someterse a la dieta exclusiva de la pizza. Parece un lujo. Sin embargo el desastre que se avecina es otro. Los cachorros llegan al mundo en un laboratorio de New York y de ahí van a parar al departamento del anti candidato en el edificio torre. Es mucho trabajo. Es muy poco espacio. Viven estresados.

Los cuatro perros hijos clones de Conan, tienen dos años cuando se desata la gran pandemia, con la larga cuarentena, el encierro y las medidas de aislamiento, los perros hijos del anti candidato no salen más a la calle, no mueven las dieciséis gigantes patas, no se desarrollan bien, no corren, no juegan, no descargan energía, no conocen a otra gente, pierden toda sociabilidad, quedan alienados y adoptan el mismo carácter irascible con que son tratados. No llegan a domesticarse, quedan inadaptados, actúan con violencia, adquieren una conducta instintiva de manada salvaje. El hombre no logra contenerlos, ni educarlos y también ladra. Todos sus perros son Conan, pero ninguno lo reconoce. Todos son iguales, pero no responden. Todos son Alfa.

Pelean de manera constante por el poder, se atacan entre ellos, se lastiman, llegando a morder incluso al amo, a su dueño abnegado, el padre bípedo, el responsable inscripto, tutor o encargado, al anti candidato, anti todo, que una vez herido, decide separarlos. ¿Cómo? Pone a cada animal en una punta del departamento, los ata con una soga estacada al suelo. los tiene amarrados todo el tiempo. No puede dominarlos, ni salir con ellos. Lo sobrepasan. Son demasiado. Todo el tiempo ensucian y viven sobre sus propias mugres, rompen todos los muebles, destrozan lo que se encuentre a su alcance. Ladran ansiosos, sin pausa y sin descanso, piden que les corten la soga que les oprime el cuello, claman por la libertad que les niegan. La libertad de correr sueltos, sin límites, sin correa de ahorque y sin bozal, sin control alguno, como locos desaforados, para poder desahogar tanta ira contenida, tanta mierda, toda la furia, las ganas de atacar por deporte, morder por venganza, contagiar ese sentimiento de rabia que los atora y comerse crudo a quien les plazca.

El libertinaje avanza.

Los perros son como sus dueños.

Cualquier parecido con Joseph Ménguele, es pura coincidencia.

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