Con el fallecimiento de la reina Isabel II, retoma protagonismo el debate sobre la injerencia monárquica en la política exterior británica y a la vez emerge un repaso válido de sus símbolos puestos en contexto. Concreta y paradigmáticamente, el cetro y la corona -emblemas netos del colonialismo inglés- portan un correlato oscuro: ambas piezas llevan incrustadas partes del diamante en bruto más grande del mundo hallado hasta la fecha, obtenido bajo la expoliación feroz del pueblo africano y su tierra a manos del Reino Unido.
La piedra original, que superaba en su origen los 3.000 quilates y 600 gramos de peso, fue extirpada de las profundidades del suelo de África del sur durante la explotación británica, cuya crueldad fue motivo de abordajes históricos desde distintos enfoques.
Bautizada como “Gran estrella de África”, “Estrella del sur” o “Diamante Cullinan” en honor Sir Thomas Cullinan, presidente y dueño de la compañía minera que lo extrajo en 1905, la pieza en bruto fue el regalo de cumpleaños del Rey Eduardo VII.
Llegada a sus manos, fue el propio Eduardo VII quien mandó a tallarla como joya en 1906. De ese procedimiento se obtuvo un total de 150 piedras que fueron ordenadas y bautizadas según su peso como Cullinan I, Cullinan II, Cullinan III, etcétera.
El Cullinan I pasó a encabezar el Cetro de la Cruz, o bastón de mando del imperio por excelencia hasta la era moderna. Por su parte el Cullinan II, de dimensiones igualmente asombrosas, se incorporó como gema mayor y luminaria de la Corona del Estado Imperial británica..
El reclamo africano
Casi un siglo después del “hallazgo” (eufemismo para referir, finalmente, otra rapacería inglesa en el extranjero) estando Isabel II y el duque de Edimburgo en visita oficial a Sudáfrica, en 1995, fue la propia reina quien recibió un reclamo por el Cullinan, pedido desde luego infructuoso.
En aquella oportunidad, el jefe de la tribu Tanzania exigió a la soberana la devolución del Gran Estrella de África. Y si bien la monarca hizo caso omiso del reclamo, el episodio anticipó un posterior incidente de color, teñido en particular por un comentario oficial que -proveniente de la mayor autoridad política del país- resuena casi como una confesión pública del accionar histórico del Estado inglés.
Es que, ya en 2010 el primer ministro David Cameron, en visita oficial a la India, realizó ciertas declaraciones intentando zanjar tanto la polémica del diamante africano como otra muy similar por la restitución del Koh-i-Noor (piedra también “encontrada” por el Imperio en sus incursiones oceánicas) y sentar las bases de toda futura demanda sobre el patrimonio apropiado por los británicos: “Si decimos sí a uno, nos levantaremos un día y no tendremos nada en el Museo Británico”.