La cárcel, ubicada en la provincia de Buenos Aires, se sumía en una crisis derivada de las condiciones inhumanas denunciadas por los reclusos. La superpoblación, la brutalidad del personal penitenciario y las restricciones en las visitas agravaban la situación, alimentando un caldo de cultivo para la revuelta.
Bajo el liderazgo de Marcelo Brandán Juárez y Jorge Pedraza, conocidos como "Los Apóstoles", alrededor de 1.500 presos se alzaron en un intento de fuga. Sin embargo, su plan se vio obstaculizado por la facción liderada por Agapito "Gapo" Lencinas, quien, a pesar de su reputación, mantenía una relación cercana con las autoridades carcelarias.
El motín estalló alrededor de las 14:30 horas, cuando los líderes tomaron el control de la sala de control y retuvieron a siete personas como rehenes. Los enfrentamientos entre facciones rivales pronto se desataron, culminando en la trágica muerte de Lencinas y seis de sus seguidores.
La jueza María de las Mercedes Malere ingresó al penal para negociar con los amotinados, pero fue tomada como rehén y separada del resto. Malere, conocida por su respuesta oportuna a las demandas de los presos, declaró posteriormente que había sido engañada por el personal penitenciario sobre la gravedad de la situación.
Días después, el motín llegó a su fin con la promesa de trasladar a los reclusos a la cárcel de Caseros. Sin embargo, las revelaciones posteriores sobre el destino de algunos cuerpos sacudieron a la nación: siete presos habían sido asesinados y sus restos encontrados en el horno de la panadería, con testimonios que indicaban que habían sido desmembrados y cocinados en empanadas.
El horror del motín de Sierra Chica dejó una cicatriz imborrable en la historia carcelaria argentina, evidenciando las profundas fallas en el sistema penitenciario y las consecuencias mortales de la negligencia y la brutalidad.