Dos cosas: hay, por un lado, una convicción en el votante medio de Cambiemos y es la que dice que sólo ellos trabajan y producen riqueza y que el resto, ni hablar los docentes, somos todos unos vagos, sujetos de planes sociales, parásitos de los aparatos de la política, etc. Por otro lado, hay una sociabilidad del desprecio que consiste en la identificación con un señor cheto, heredero, que ocupa el lugar del amo, con cualidades como la de hacerse el canchero y proponer soluciones fáciles--e irreales--a problemas complejos, hablar con eslóganes vacíos, usar metáforas futboleras y tener una posición de género de machirulo medio; por si fuera poco, es rubio, poco amigo de la democracia--lo que sucedió con la empresa Smarmatic es gravísimo, aunque nadie diga nada--y exhibe una ignorancia supina de las grandes culturas políticas que tiene este país. El precio a pagar en esa identificación con el líder rubio, emprendedor y exitoso es el desprecio a cualquier semejante que porte cabeza morocha, piel algo más oscura, y ni hablar si se sabe la marcha peronista. Pero el punto capital de ese desprecio hace foco en distanciarse de cualquiera que pretenda ser su semejante, sea quien sea. Conozco el caso de un amigo que tiene una vecina Pro que le prohíbe a su hija ir a jugar con la hija de mi amigo...son vecinos, viven en el mismo barrio, las nenas tienen la misma edad, pero ¿cómo le va a permitir a su hija juntarse con la nena de la chusma peroncha y "k"? El precio a pagar para entrar en ese club exclusivo de rubios cancheros, "honestos" y "trabajadores" es, paradójicamente, el desprecio del semejante, del que amenaza igualarse y gozar de lo mismo de lo que gozan los blancos, honestos, trabajadores and so on, diría Zizek. Obvio que tal identificación se da de manera fantasmática, imaginaria, ideológica y, por tanto, irracional.
Esto no es nuevo. Aricó ya lo señalaba en los años sesenta, cuando daba cuenta del racismo de la inmigración europea en el litoral y en la pampa gringa y del desprecio hacia la argentina morocha y profunda que había impregnado a las formaciones políticas de la izquierda, incluso.
Ese racismo está sedimentado como una sensibilidad; y una sensibilidad es una forma de percibir lo tácito, eso de lo que no hace falta hablar porque es casi natural. Aclaro que no hablo del desprecio moralmente o, en todo caso, intento describir como se constituye ese sujeto moralista que reclama para sí el mérito, el monopolio del mérito y asigna a los demás el lugar de parásitos, vagos, etc. Cambiemos interpela a ese sujeto, de ahí los exabrutos racistas de Picheto y demases en la campaña. Siempre es tentadora la oferta de diferenciarse; Bourdieu ya sabía que la cultura es "ascesis" y distanciamiento. Los ricos ven desnudos en los museos y los pobres en el porno, decía, más o menos. Es la característica fundamental de las clases medias, su aspiración a no ser asalariados, trabajadores, a no ser como los demás en miles de aspectos; desde ahí cultivan el gusto que suelen confundir, sin más, con la cultura y asignan a los otros--a los alienígenas--la barbarie que supuestamente portan. El peronismo ha hecho del orgullo por ese componente plebeyo que lo caracteriza una forma de resistencia a esa sociabilidad del desprecio que impera en el neoliberalismo vernáculo, heredero de las viejas oligarquías y de la sedimentación racialista de los hijos de inmigrantes. Entiendo que "cerrar la grieta" es hacerse cargo de lo que toca en materia de subjetivación, de identificación. Atravesar el propio fantasma, como suele decirse desde el psicoanálisis.