Lo cierto es que todos buscamos algo de sentido. Pero, si viviéramos tal vez como se debería y tuviéramos conciencia de ello, puede que nos esforcemos en hacerlo responsablemente. Esto es, sin dañarnos ni hacer daño a los otros, tratando de vivir felices y dignamente, contrariamente a lo que pretenden ofrecernos de lo que es la vida el común de la gente o mejor dicho los que nos quieren hacer creer lo que piensa y vive el común de la gente. Los detentores de algún poder. Creo que las mayorías de las personas no son así. Buscamos la felicidad, eso sí. De algún modo.
Algunos de nosotros, por la experiencia del dolor, del sufrimiento, de las injusticias, el fracaso, la impotencia o limitaciones con las que llegamos a la vida o a las que nos sumergen otros, llegamos a preguntarnos por el sentido de la existencia y de nuestra existencia; muchos nos quedamos sólo con eso y lo aceptamos; o nos resistimos, tomando cualquier decisión, buena o mala, tratando de hacer lo mejor que podemos o simplemente sobrevivir. Solos, con los otros, o contra los otros. Pero hay también personas -las que deciden a rajatabla romper con la impotencia- que, al ser conscientes de ello, o por el sufrimiento, o por lo que sea, que toman una decisión. Una decisión que cambie sus vidas. Claro que no es fácil. Ni tampoco saber cuál es el camino para lograrlo.
Al respecto, les cuento algo: Una vez una persona -esto es real- que había vivido y también visto demasiado sufrimiento, especialmente por la inhumanidad que había experimentado de parte del prójimo, me contó que, frente a esto, tomó la decisión de iniciar un camino distinto. Pero… ¿Cuál? ¿Cómo? A veces descubrimos que tenemos que tomar una decisión fundamental y no es fácil, pero ¿Qué…? ¿Y el camino? O sea, qué dirección, qué sentido, qué línea que por lo menos justifique o dé una razón de ser a lo que decidimos.
Entonces me relató algo que luego de mucho, mucho tiempo, y después de varias circunstancias buscadas a propósito de esa decisión –que tal vez les relate con su tiempo y espacio- él se preguntó…
“si valía la pena dedicar toda una vida para que una llama nunca se apague”.
Así; tan textual como real. Salvajemente valiente, extremo y radical. Más cercano a una vida de entrega y renuncia total, casi monástica, hacia una coherencia inclaudicable ¡Menuda tarea ésa…! ¡Nada menos que buscar una llama! Indudablemente era la búsqueda de un Sentido. Sería algo así como “algo por qué vivir”.
(Para algunas personas significa un gran amor, una pasión, un ideal o creencia).
Yo me di cuenta -y con los años lo veo con más claridad- que, a no dudar, con esa pregunta se ponía en vigencia aquello que todos, de algún modo hemos vivido de niños, adherido de jóvenes, y lamentablemente descreído de adultos. La llama del amor. Pero de ese amor real -muy real, hecho de voluntad- que comienza con priorizar a nuestros cercanos; a la familia, a los que nos pertenecen, y que desde allí se desprende a los demás, pero que a veces se desvía por andariveles de altruismo mal entendido, sacrificando por ello a esos cercanos y hasta la propia familia, ya sea por ambición, avaricia, soberbia, política, trabajo, carrera profesional, afectos extraños o lejanos… o pasajeros. ¡Todo al revés…!
¿No es hora de dejar de lado miedos, dudas, suspicacias, prejuicios y desconfianza? ¿Cuándo -me pregunto- dejamos de creer, de esperar, de confiar de que siempre existirá algo por lo que valga la pena vivir, y vivir una vida plena? ¿Y cuándo dejamos de creer en nosotros mismos, en nuestra capacidad de vivir de verdad, en la verdad y en la justicia, de acabar con la mentira y el engaño? ¿De exigirlo? Somos una Comunidad donde lo que afecta a unos, afecta a otros. Lo que beneficia a unos, beneficia a otros.
Permanentemente hablamos de una mentalidad social saludable. Y ella, a no dudar, comienza con la confianza en nuestra propia capacidad de tomar decisiones que la hagan posible. Significa animarnos a cuestionar, a debatir, pero sobre todo a buscar y construir comunitariamente espacios de diseño de otro tipo posible de gobernabilidad, para una mejor convivencia, sin encorsetarnos en los caprichos legalistas de los que construyen las leyes para su beneficio, oportunismos y discursos remanidos de promesas de continuismo de un lado u otro, con su politiquería de siempre.
La asfixia, el engaño y el compulsivo cierre de opciones, es propio de la ruptura de los lazos de solidaridad social, que implican aceptación y corresponsabilidad de las personas sobre valores básicos de la convivencia, y que sostienen cualquier Derecho. Cuando esos lazos se rompen por los abusos en el manejo de las instituciones, principalmente gubernamentales, la población se encuentra en la indefensión total.
La falta de credibilidad social y política, el continuismo y la abulia son consecuencias de esa crisis. No estamos reaccionando frente a la mentira y a la injusticia. Por tanto, se hace necesario recomponer esos lazos de solidaridad social liberando la palabra, el pensamiento, repensando los modos y las acciones para hacerlo, sin pedir ningún permiso.
Las epopeyas sociales existen; constituyen el resultado de la lucha del alma y espíritu de un Pueblo cuando se prende esa llama por la cual una comunidad decide, contra viento y marea, construir una convivencia justa y saludable que dé sentido a su vida.